Cada día dos millones de personas de los países ricos comen perca del Nilo, pez que se introdujo en los lago Victoria y que a aniquilar a 200 de las 300 especies autóctonas que habitaban en este ámbito lacustre entre Tanzania, Uganda y Kenia. La perca que consumimos en Occidente serviría para cubrir las necesidades básicas de proteína de una tercera parte de la población desnutrida que vive junto al lago. La importación de perca del Nilo, de camarones africanos, de frutas tropicales y de tantos otros alimentos de África, Asia o Latinoamérica controlados por grandes multinacionales no siempre contribuye a erradicar la pobreza en estos países. Conceptos como la ética social y el respeto al medio ambiente afloran a la hora de decidir cómo nos alimentamos.
Veterinarios sin Fronteras es una de las ONG que denuncian que casos como el de la perca arrasan con la soberanía alimentaria, concepto desarrollado por el movimiento internacional Vía Campesina en 1996 y que defiende el derecho de los pueblos a tener en sus manos el control de sus recursos naturales. La perca del Nilo ilustra este concepto: ahora la pesca en el lago Victoria está en manos de grandes operadores empobreciendo a los pescadores tradicionales, tal como retrató el documental La pesadilla de Darwin.
Ante la amenaza del cambio climático ha saltado la alarma por el gasto de combustible y el aumento de las emisiones de CO 2 derivados de los alimentos que son transportados largas distancias. Es la huella ecológica de los alimentos. ¿Es sostenible y saludable comer uvas cultivadas en Chile en lugar de las que han madurado en el Penedès? ¿Debemos comprar a países pobres para ayudar a su economía? "No tiene sentido consumir aquellas frutas que vienen del otro extremo del mundo y que también se cultivan aquí. Este comercio internacional es insostenible desde el punto de vista ambiental y social; sólo beneficia a las multinacionales y olvida a los pequeños productores", sostiene Esther Vivas, de la Red de Consumo Solidario. "Lo que comemos viene determinado por intereses económicos que obvian nuestras necesidades alimenticias", añade. En definitiva, que comiendo una banana centroamericana no llenamos el bolsillo "del agricultor que la ha cultivado, sino el de la multinacional que lo explota".
Vivas sólo admite el comercio de larga distancia para aquellos productos "que no crecen en nuestro territorio, como el café, el cacao, la quinoa...". ONG ecologistas como Greenpeace comparten esta visión. "Apostamos por los productos locales y de temporada porque la agroexportación comporta un importante gasto de combustible y destruye el territorio; estamos a favor de la soberanía alimentaria, los pueblos tienen que alimentarse por sí mismos", argumenta Juan Felipe Carrasco, de Greenpeace. Carrasco hace hincapié en las plantaciones masivas de soja en Argentina, que "se han cargado miles de hectáreas de bosques y de campos de cultivos familiares". Aunque el de los transgénicos es otro debate, Carrasco remarca que este modelo ha expulsado a 100.000 agricultores argentinos de sus tierras, convirtiendo el suelo en un recurso altamente degradado. Para Intermón Oxfam, el argumento de la huella ecológica es insuficiente para denostar los productos que llegan de otros rincones del planeta. "No podemos fomentar que se deje de comprar a países en vías de desarrollo y perjudicar a millones de personas. No soy partidario de decir que lo local es mejor", sostiene José Antonio Fernández, responsable de agricultura de Intermón. "Además de los kilómetros que recorre un alimento, debemos tener en cuenta cuestiones como el tipo de cultivo, si han utilizado pesticidas, si es respetuoso con el medio ambiente...", añade. Al margen de estas consideraciones, en Europa y EE. UU. cobra fuerza la tendencia a consumir, sobre todo, frutas y hortalizas cultivadas cerca de casa. En EE. UU. se están popularizando los mercados semanales de los agricultores locales y en Italia se ha lanzado la campaña kilómetro 0.
En España todavía es incipiente, pero poco a poco va calando el mensaje de las bondades de la agricultura de proximidad y ecológica. Una de las últimas iniciativas es "Catalunyam", campaña lanzada por la Associació Catalana de Productors Agraris i Comerciants de la Terra para promover y distribuir productos elaborados en Catalunya y amparados en una denominación de calidad o ecológicos. En un año se han comercializado 850.000 toneladas de frutas y hortalizas, según Unió de Pagesos (UP), uno de los impulsores de la campaña. Pero la alimentación ecológica sigue siendo una asignatura pendiente en Catalunya, puesto que la producción no ha crecido al mismo ritmo que la demanda y la distribución falla. "Hay mucha demanda que no podemos satisfacer, importamos de Andalucía aunque por otro lado exportamos 500.000 toneladas de fruta a Europa", reconoce Josep Maria Coll, de UP. Una paradoja, cuando por otro lado se insiste en las bondades de lo local.
Fuente : LaVanguardia.es
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